A Vargas Llosa, el famoso escritor y político hispano-peruano se le ocurrió, una vez, abordar la cuestión saharaui (El País 4 de agosto) y demostró una torpeza descomunal. Por ser un problema "minúsculo" para su majestuosa atención no se esforzó en la elaboración de una opinión propia y a grandes rasgos se ha limitado a suscribir "con puntos y comas" la posición promarroquí del senador socialista, Jordi Solé Tura que a su vez calca la de sus jefes, Zapatero y González, en el contencioso del Sahara.
Esta primera incursión sahariana del ilustre escritor ha sido llamativa no por la brillantez de su estilo literario, sino por la inconsistencia de sus ideas y sus disparatados planteamientos. Resulta que no duda ni un ápice de la legitimidad de la causa de los saharauis, pero estos, al carecer de fuerza propia para imponer sus derechos, no les queda otro camino que el de la claudicación. "Aunque su causa sea justa, dice Vargas Llosa, el Polisario no puede ganar esta guerra contra el gigante marroquí y por ello le conviene la solución autonómica". Sencillamente, el coloso de la literatura universal para "gloria" de la condición humana, esgrime la debilidad de la víctima de una agresión para condenarla a la rendición. En otras palabras, considera valida la lógica de la fuerza bruta, la ley de la jungla que prima la razón de la fuerza sobre la fuerza de la razón. Un razonamiento que para cualquier cultura, religión o ideología raya en la inmoralidad.
En el Sahara Occidental no hubo una simple "toma de posesión" por parte de Marruecos, como sostiene Vargas Llosa. Lo que hubo fue invasión armada en toda regla, un acto de fuerza violatorio de las más elementales normas del derecho. Las tropas de ocupación marroquíes no llegaron encima de una alfombra voladora, sino en medio de la polvareda y el estruendo de aviones de guerra y tanques de combate que destruyeron vidas inocentes. El hecho de que la víctima de ese acto de fuerza fuera un "pueblo minúsculo" o "una nación pigmea" no lo hace más suave, ni más presentable y menos aún, justificable.
El escritor peruano que probablemente ni se molestó en ojear a "nuestro amigo, el rey" o "el último rey" asumió también, sin rubor alguno, las opiniones de Solé Tura en lo referente a los "progresos democráticos" habidos en Marruecos. Pero esta "verdad" queda pulverizada cuando, inmediatamente, afirma que la monarquía norteafricana no acepa el referéndum de autodeterminación de la ONU porque lo va a perder". Si el talante democrático de los gobernantes marroquíes no conlleva, como mínimo, disponibilidad para aceptar y respetar los resultados de una consulta democrática, supervisada por organismos internacionales, sencillamente es porque tales "avances" son inexistentes y argumentar lo contrario es un ejercicio de hipocresía burdo.
Quizás Vargas Llosa nunca tuvo tiempo para enterarse del "minúsculo" problema del Sahara. Eso no es reprochable, lo que si lo es, es su metedura de pata al emitir, desde la ignorancia, juicios de valor que menosprecian la realidad de un pueblo, sus sacrificios y sus esperanzas. Por respeto a la condición humana, la nación saharaui por muy "pigmea" que fuere tiene derecho a ser respetada y a existir. Es su derecho legitimo a la autodeterminación que estipula la legalidad internacional. Eso es lo que cabe en toda conciencia honesta y no los dobles raseros motivados por intereses bastardos.
Y por cierto, los "pigmeos" africanos, al igual que muchos peruanos de baja estatura, merecen respeto también.
AHMED SALEK
18.08.02
[ver tambien : Ni posible ni justo, Ahmed Bujari, El Pais, Madrid, 10.08.02]