OPINION
El vodevil del embajador marroquí en España se ha transformado de "tragedia" en "farsa". Cuando a finales de octubre de 2001 Marruecos, sin dar explicaciones, retiró a su embajador en España se produjo una auténtica conmoción. Las reacciones no se hicieron esperar e incluso el ministro de Asuntos Exteriores, exteriorizando un estado de ánimo hasta entonces muy extendido desde hacía décadas, dijo aquello de que "nosotros no hemos hecho nada malo" como para que Marruecos castigara a España con una medida tan extrema.
El paso del tiempo, desde entonces, nos reveló varias cosas, todas ellas muy importantes. En primer lugar, que la vida de España, tanto en lo que respecta a su política interior, como a su política internacional, no sólo no se ha visto perjudicada por el supuesto "castigo" que nos ha infligido Marruecos, sino que para los intereses de España tal medida ha resultado ser, en el peor de los casos, indiferente (cuando no, incluso, beneficiosa). En segundo lugar, que la razón fundamental de la pataleta del Sultán fue nuestra postura en el conflicto del Sáhara, lo que nos reveló, a nosotros mismos, que España todavía hoy tiene mucho, mucho, que decir en la resolución de este conflicto, pese a que Marruecos haya intentado silenciarnos en el mismo (por ejemplo, vetando la participación de soldados españoles en la MINURSO). En tercer lugar, que el "arma" habitualmente utilizada por Marruecos en sus "amistosas" (¡faltaría más!) relaciones con España, esto es, las amenazas y el chantaje se han demostrado pólvora mojada. Finalmente, en cuarto lugar, ante el tremendo fracaso de la medida del Sultán, una buena parte del "lobby" pro-marroquí en España se vio obligado a desenmascarse en un intento, desesperado, de impedir el imparable deterioro de la imagen de Marruecos en España. En definitiva, la retirada del embajador de Marruecos en España, ordenada por Mohamed VI siguiendo las indicaciones de sus consejeros (y puenteando a su propio primer ministro, Yusufi) ha sido el error más grande de la política exterior marroquí en décadas.
El transcurso del tiempo no ha hecho sino agravar las negativas consecuencias que para la política de Mohamed tuvo su equivocada decisión. Es, ciertamente, difícil de entender las "causas" del enfado del líder marroquí. Se habla, en primer lugar, como causa de nuestra postura supuestamente favorable hacia los saharauis, pero el Sultán mantiene su embajador en el país que más apoya a la RASD, Argelia, como también lo mantiene en otros Estados que reconocen a la RASD. Se habla, en segundo lugar, del "mal trato" que los medios de comunicación españoles dispensan a la familia real marroquí, pero los libros de denuncia más duros que jamás se hayan escrito contra la misma se han escrito por franceses y se han publicado en Francia: así ha ocurrido con los descarnados retratos de Hassán II ("Nuestro amigo el rey" de Gilles Perrault) y de Mohamed VI ("El último rey" de Jean-Pierre Tuquoi). Finalmente, se aludía a nuestra postura ante la inmigración, pero la propia UE en conjunto se dispone a adoptar medidas ante la misma incluso más duras de las que reclamaba España, sin que el embajador del sultán ante la UE haya formulado protesta alguna. Y todo ello, por no mencionar que la propia Comisión Europea en el pasado acusó directamente a Hassán II de controlar el tráfico de hachís, lo que no fue óbice para que enviara a su hijo Mohamed a hacer un "stage" en la Comisión europea en Bruselas.
A fin de poner fin a la crisis, provocada unilateralmente por el sultán marroquí, éste y su círculo íntimo no se han cansado de pedir a España un "gesto" para poner fin a la crisis. España, muy razonablemente, se ha negado a ello por estimar correctamente que no tiene por qué hacer ningún gesto pues España no ha provocado esta crisis. Sin embargo, en prueba de generosidad, España no se ha cansado de declarar que si vuelve el embajador lo recibirá con los "brazos abiertos". A la vista de esta situación, en el propio sultanato marroquí se han elevado, primero soterradamente, luego incluso abiertamente, voces pidiendo la vuelta del embajador y criticando una medida estimada como equivocada. Pero la soberbia parece haberse impuesto a la prudencia.
El último episodio, por ahora, de la crisis, perteneciente ya al género del esperpento, lo hemos vivido esta semana pasada. Por un lado, nos encontramos con hechos que parecían indicar que, finalmente, las relaciones diplomáticas se restablecerían en su nivel anterior. Así, en primer lugar, las breves entrevistas de Aznar con Yusufi (en Monterrey) y con Mohamed VI (en Beirut), primer encuentro entre estos dirigentes desde que el sultán retiró a su embajador. En segundo lugar, en Barcelona Fassi-Fihri y Miquel Nadal, teóricos "números dos" de los respectivos Ministerios de Exteriores tuvieron una larga conversación a solas en la que parece que se tomaron ciertos acuerdos. En tercer lugar, en Marruecos se produjeron supuestas filtraciones, publicadas por el semanario opositor "Demain Magazine" asegurando la "inminente" vuelta del embajador. En cuarto lugar, finalmente, incluso se habló de la posibilidad de que este regreso permitiría a Mohamed invitar a Juan Carlos I a los fastos de su boda. Sin embargo, por otro lado, a finales de semana, Mohamed Benaissa (no un "hispanófilo") cortó en seco el hipotético acercamiento de una forma muy poco diplomática e incluso ofensiva. Así, dijo que a pesar de los "esfuercitos" (literal) hechos (en el lenguaje diplomático constituye una grosería aludir a las entrevistas efectuadas como "esfuercitos") debían despejarse unas "nubes" y en una entrevista al semanario "Maroc Hebdo" se atrevió a calificar como "inaceptable" la postura española de no considerarse culpable de la crisis. Nada menos.
¿Qué explicación se puede dar ante este nuevo y sorprendente pronunciamiento? Varias son las hipótesis y en ambas el gobierno marroquí no da precisamente una imagen de seriedad y confianza. Una primera explicación es que haya un problema de descoordinación en el interior de la propia cúpula marroquí y mientras el "número dos" Taïb Fassi-Fihri le decía una cosa a Miquel Nadal, el "número uno" Benaissa actuaba justo en sentido contrario. Una segunda explicación es que la cúpula marroquí actúe en perfecta coordinación y haya seguido una táctica consistente en acercar la supuesta "miel" a los labios españoles, para retirársela después a menos que España haga lo que Marruecos pida. ¿Y qué pediría Marruecos? La respuesta está clara. El apoyo para una solución del Sáhara acorde con los intereses del sultán. Si esto es así, podríamos deducir que el sultán no ha aprendido absolutamente nada de esta crisis diplomática y que su inexperiencia no puede ser sino una fuente de continua inestabilidad. Nos encontramos así una razón de más para defender que el país que se halla en la costa de enfrente de Canarias sea gobernado por una República menos caprichosa y con un concepto general, y no patrimonial, de las relaciones internacionales.
08.04.02