OPINION

 

La mansión de adobe de Birganduz

Chejdan Mahmud Yazid
Generación de la Amistad Saharaui

Estuve a punto, pero, no lloré. A mi llegada a la daira de Birganduz en los campamentos de refugiados saharauis en Tindouf, sobre impresionado, empecé a tomar fotos antes de hablar o saludar a nadie. La casa de mi tío Mohamed Lamin estaba destruida, su bello salón que, días antes era el refugio de su también bella sobrina que  había contraído matrimonio una semana antes de las inundaciones, estaba por los suelos. No lloré, no lloré, motivos me sobraban para hacerlo después de ver tanta desgracia. Había llorado cuando vi a mi madre en tan grave estado psíquico. Pero, esta vez algo me cortó de cuajo el desgano de todo y de nada, aparte, de no ver a nadie llorando y, todos viendo a sus casas, su sudor por el suelo. ¡Increíble!.

Al acercarme a uno de los refugios improvisados, una tienda de campaña malograda, un fino hilo musical de al haul atrajo mi atención irremediablemente, porque no me lo creía, -eso de tener ganas aún de escuchar música después de todo lo que pasó-, dentro de esa jaima se respiraba un aire verdaderamente agradable, mi prima, la recién casada, hacía el té al ritmo del suave al haul que yo escuchaba antes, en medio de mis luchas internas por llorar o no. Me invitaron a sentarme y, lo hice, entonces no tardaron las bromas y las risas sobre lo sucedido.

No vi lágrimas ni sollozos ni lamentos;  vi risas y cuentos extraordinarios sobre  sus propias desgracias.

- Uds. si son grandes -pensé yo-

Mi otra prima Haila, con su sonrisa contagiosa me contaba lo extraordinario que es oír caer el adobe al ritmo de los truenos y Alhija me decía que al unísono de esos truenos subían más el tono de las alabanzas a Dios.

Birganduz, sus casas de adobe no son más pintorescas que las miles y miles que  inundan los campos de refugiados saharauis. Pero sí hay una mansión también de adobe que su dueño había gastado un dineral muy largo para construirla, y, ahora se ha quedado en cenizas. La vi, a sus inquilinos no.

No sentí lastima, seguro ellos tampoco, sabemos los saharauis que en donde estamos es impropio. Esa mansión ya no existe, sus dueños sí. Ahora sé que no les vino la tragedia a los saharauis esos días de lluvia, hace 30 años que la suya empezó, esto es una herida más de una larga guerra. Tanto tiempo desviviendo, se nos olvidó, y la fuerza, que estamos en tierras ajenas. El exilio cruel e inhumano, nos llenó en su momento de libertad y esperanza; hoy, es un magnánimo silencio, tal, que el saharaui se ha quedado inmerso ya no, en su subsistencia, sino en su bienestar y comodidad, que  todo ser humano anhela y sobre todo, MERECE.

12.03.06


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